Once. Camino por el costado de la ruta. Miro los cordones de mis zapatillas desatados. Se van a embarrar–pienso. Mantengo el ritmo de mis pasos. Si me vieran apurada se darían cuenta. Por eso reprimo el impulso de correr y por eso me distraigo con cosas como el barro y los cordones. Si pensara en lo que realmente importa, volaría.
Diez. Salgo de la carpa con dificultad. Es que tengo que pasarle por encima y me lleva unos segundos reunir el coraje. Al final no fue tan terrible. Lo había ensayado en mi cabeza miles de veces. En ninguna de todas esas prácticas imaginé que lo haría.
Nueve. Tiramos la línea de pesca cerca de las siete de la tarde. A mí no me gusta pescar, tampoco, dormir en carpa. Pero lo que a mí me guste no importa. El polen que vuela en el aire me hace estornudar. El ruido espanta a los peces y por eso no comemos. Si yo no fuera alérgica las cosas serían distintas.
Ocho. Preparo la mochila con las cosas básicas. No voy a llevar mis libros. No le gusta que lea. Tampoco jabón o peine. Esas cosas son para las mujeres de verdad, no para mí.
Guardo su navaja, su ropa y sus binoculares. Le gusta sentarse a mirar a través de ellos. Lo tengo muy claro porque a veces me mira a mí.
Siete. Nos acostamos temprano porque mañana partimos. Son cuatro o cinco horas en auto, dependiendo de cuánto tarde yo en ordenar la casa y salir. También de los temas de conversaciones que elija para el viaje. Si hablo de algo aburrido podemos tardar más, porque si se cansa tiene que parar en esos lugares de la ruta donde se puede hablar con una mujer de verdad.
Seis. Termino de lavar los platos mientras escucho la radio. Son varias cacerolas para limpiar. Cociné muy feo por lo que tuve que repetir la receta varias veces hasta que estuviera bien y le gustara. En el quinto intento tuve un pensamiento. Si tuviera cianuro todo sería distinto.
Cinco. Le pido plata para ir al mercado a comprar las cosas. Resopla con desgano mientras le corto las uñas de los pies con mucho cuidado. No quiero pasarme de la línea blanca como la vez pasada. Trato de no temblar al acordarme de las repercusiones. Miro la lima que tiene incorporado el alicate. Si tuviera ella algo de filo, y yo de coraje. las cosas serían distintas.
Cuatro. Salimos de la iglesia uno al lado del otro. Cuando estamos con su familia le gusta que me quede cerca, y yo lo hago. Si quiero ir al baño tengo que avisarle. La mayoría de las veces me acompaña hasta la puerta.
Tres. Le pido el teléfono para ver si puedo llamar a su hermana la noche antes de que se case. Me gustaría decirle que no lo haga. En realidad no le pido el teléfono, me imagino que lo hago. Si yo tuviera teléfono las cosas serían distintas.
Dos. Intento no emitir sonido mientras me hace lo que me hace. Lo bueno es que pasa rápido y yo casi no siento nada. Me parece que él se da cuenta, lo cual lo vuelve incluso más blando. Aprovecho su momento de debilidad para proponerle hacer un viaje para que me muestre una vez más, lo excelente pescador que es.
Uno. Decido que voy a matarlo a las 11:06 de la mañana. Y formulo el plan. Voy a hacerlo en un lugar remoto. Tiene que pensar que me llevó el. Tengo que hacerlo con su navaja mientras duerma, y después desaparecer